Cuando los días comienzan a ser más largos y la vida parece resurgir por el efecto de los diferentes sonidos y colorido de la naturaleza, coincide con el celo de la mayor parte de los animales. El propio clima ya menos adverso favorece la energía, la relación, la alegría y el impulso reproductor.
Muchos animales hibernan en el período de frío, pues la alimentación escasea y la manera de sobrevivir es esconderse en lugar seguro y permanecer quietos reduciendo al mínimo todas sus constantes vitales, de manera que durante cuatro o cinco meses puedan sobrevivir sin necesidad de movimiento alguno.
En el caso del hombre, esto es diferente. El sistema neuronal le transmite dolor y sufrimiento cuando siente frío, defendiéndose el propio organismo mediante tiritonas, temblores involuntarios que producen movimiento de todo el cuerpo, al tiempo que la piel se contrae, aviso de necesidad urgente de movimiento, de calor, si no quiere enfermar y morir. Para el hombre es en época de frío cuando más tiene que hacer para sobrevivir. A esa actividad la hemos llamado trabajo, que sería llevar y traer a casa lo necesario para seguir viviendo, es decir, hacer o mejorar refugios, buscar y traer comida y leña, llevar y esconder desechos.
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Si el tiempo de gestación humana es de nueve meses, coincidiría el momento de mayor número de nacimientos con la llegada de los fríos más intensos, estación que mayor trabajo exige, más movimiento, más alerta y, por ello, más capacidad de supervivencia, a pesar de los sufrimientos. Tiempo de intensos sacrificios, tanto para padres como para madres, cada uno desempeñando la función que su propia naturaleza les exige por defender la vida de lo más querido, sus propios niños, su “debilidad”.
Fruto de la celebración y el desenfreno amoroso, los hijos vendrían a padecer todo aquello que sus progenitores estarían dispuestos a erradicar; pero de manera indefectiblemente infructuosa, pues llegarían trágicos momentos donde muchos de los niños morirían.
Con el comienzo de los fríos intensos tendrían lugar muchos nacimientos, pero también la necesidad de mantener a los hermanitos entretenidos con sorpresas e historias para dar lugar a un comportamiento menos trabajoso para los padres, y que culminaría en un determinado día soleado, de celebración, con regalos realizados secretamente por ellos.
Es el Y-JO el Espíritu Mejor, el calor que desprenden los niños en brazos de sus padres, los seres inocentes que vienen nuevos, puros, débiles, pero que merecen toda la atención y desvelo de sus mayores para su fortaleza y supervivencia.
Tal consideración humana es fruto del carácter sagrado que tiene la Naturaleza en nuestra existencia, de tal manera que cualquier planteamiento racional que se haga juzgando nuestra cultura o tradición será erróneo, siendo la intervención de la supuesta racionalidad humana en el surgir de la vida, para manejar el control de la existencia, un despropósito contra Natura, un sacrilegio.

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