“El Patrón de la Lengua y el Pensamiento: Hacia una Ciencia de lo Indivisible”
A lo largo de mi vida, una de mis pasiones más profundas ha sido buscar la verdad de las cosas. Desde una temprana edad, somos instruidos en la obediencia hacia nuestros mayores, incluyendo a padres y profesores, quienes asumían la tarea de transmitir conocimientos de generación en generación. Este patrón de aprendizaje, que se perpetúa en el tiempo, me llevó a reflexionar sobre la naturaleza cíclica de nuestra existencia, marcada por repeticiones continuas. Este fenómeno, considero, responde a un fractal indefinido que constituye la esencia misma de la existencia.
El ser humano, desde sus inicios, sintió la necesidad de cuantificar y organizar su entorno. A través del ejercicio de enumerar, encontró en sus propios dedos una herramienta inmediata para el cálculo, estableciendo así un sistema basado en el número diez. Este impulso inicial por contabilizar recursos derivó en la creación de una disciplina fundamental que permitió al ser humano medir, experimentar y valorar el mundo de manera objetiva. Sin embargo, la capacidad de análisis no solo se limitó al plano tangible; el pensamiento, como actividad inherente al ser humano, abrió las puertas a la invención, la interpretación y la previsión.
La previsión, en particular, resultó ser clave para la supervivencia de las generaciones futuras. Comprender los problemas del presente y anticiparse a los desafíos del futuro impulsó al hombre a ir desarrollando una herramienta extraordinaria: la filosofía. Esta disciplina, en su búsqueda incesante de la verdad, abarca tanto lo visible como lo imaginado, lo mensurable y lo especulativo. Sin filosofía, no habría ciencia, ya que es su base reflexiva la que permite a la ciencia estructurarse. Sin embargo, en la actualidad, observo cómo muchos científicos buscan subordinar la filosofía a los límites del conocimiento empírico, olvidando que la filosofía trasciende lo medible y se adentra en las vastas posibilidades de la imaginación.
En este contexto, me he cuestionado la manera en que dividimos el conocimiento entre “ciencias” y “letras”. Esta compartimentación arbitraria ha marginado a las letras, reduciéndolas a aquello que, por irrepetible o indemostrable, parece menos válido a los ojos de la ciencia. Sin embargo, en mi experiencia, las letras, como depósito del lenguaje, son una herramienta crucial para el estudio también del pasado, es decir, la realidad que fue.
En mis investigaciones sobre el pensamiento y la lengua, he llegado a conclusiones que considero reveladoras. He explorado los sonidos bucales monosilábicos y descubierto que éstos, lejos de ser simples unidades sonoras, poseen un significado semántico propio. Más aún, he deducido que las palabras polisílabas de nuestro vocabulario actual encierran en su estructura fragmentos de frases antiguas, expresadas en un tiempo remoto.
He comprobado esta teoría mediante el análisis de dos lenguas ibéricas que presentan una particularidad invaluable: pueden escribirse tal y como se pronuncian. Estas lenguas me han permitido rastrear el significado de monosílabos y desentrañar su conexión con palabras más complejas. A través de este proceso, he logrado identificar patrones lingüísticos que revelan una continuidad histórica en el significado y la construcción de nuestro lenguaje.
Mi intención, a través de este estudio, es proponer una nueva perspectiva: la consideración de la lengua y el pensamiento como materia científica. La estructura interna de las palabras, su evolución y su vínculo con el pensamiento humano abren un campo de estudio que trasciende las divisiones tradicionales del conocimiento, llegando a considerar la Lengua un verdadero yacimiento histórico.