LA PUREZA Y LA MUJER (1de 2)
La enfermedad y la sangre son motivo de temor, de escándalo y susto. Sangre fuera del cuerpo implica herida y la herida, muerte. Este es el paradigma general y primario en la incipiente conciencia humana.
Periódicamente las mujeres sangran, con molestias, dolor, malestar general y malhumor, lo que les deja en situación de debilidad, enfermedad (“estar mala” o con el período es la misma cosa), necesitan en cierta medida, apartarse, cuidarse más, al tiempo que son proclives al rechazo, máxime cuando la sangre hace acto de presencia a la vista de los demás. Ocultar esta sangre se hace prioritario en ellas.
Superada la fase de ocultar su persona durante el período menstrual, la confección de vestidos iría encaminada a cubrir el máximo posible las piernas y evitar así hacer visible tal “motivo de escándalo” por descuido. Por la simple condición de ser mujer, ésta debía de permanecer próxima a fuentes o manantiales de agua para su higiene personal, lo que ya le confería este destino hacia cualquier actividad de aseo corporal y de prendas de toda la prole.
Para evitar durante estos días cualquier tipo de contacto, se haría necesario ocultar toda señal de atractivo y encanto hacia el hombre, como recogerse el cabello y ocultarlo, intentando eliminar, en lo posible, toda llamada sexual. Así pues, desde tiempo inmemorial, las mujeres han dado mensajes de indisponibilidad hacia los machos, escondiendo sus formas femeninas, para evitar ser repudiadas por motivo de sus sangrados, factor éste de temor y pérdida de deseo para ellos.
Por lo tanto, el agua y la limpieza tan necesaria para la mujer, la predispone a ocupar lugares de permanencia cerca de ella, donde poder mantener su máxima limpieza (pureza BE) y la de sus hijos (BE-BEs), motivo por el cual, en los hogares o sitios de estancia, predomina la organización femenina y su cuidado, valores llegados a nuestros días, aún como de condición predominante de persona Mujer.
Estas precauciones de mantener la limpieza y los cuidados higiénicos, serían un factor clave para evitar la proliferación de insectos y gérmenes, que los desechos orgánicos generarían. La sensibilidad olfativa femenina detectaría rápidamente estas señales, para eliminar las manchas (impurezas, bacterias) y evitar muertes seguras.
Esta condición de limpieza o pureza (BE) sería lo más valorado por los progenitores de las niñas y adolescentes que, por el hecho de no conocer en ellas manchas de menstruación, ni en su conducta, es decir, mantenerse siempre más limpias, más puras, más aseadas (BE-A-TA), les darían reconocimiento como las mujeres más idóneas para formar buena familia, sana y saludable; las más valiosas, las BIR-JEN (Malo Desconocido). (1)
Si la mujer sabe que debe mantenerse limpia y aseada, ocultando sus sangrados al varón, éste considera que el lugar más puro, limpio y deseado es el interior de ella, de su vientre, BE-O, MA-TRIZ, depositario de su esencia, lo que coge y acoge al BE-BE (puro puro) antes de nacer; de donde salen todos los seres semejantes, idénticos en órganos y funciones, el ser U-MAN-NO (Dentro Hombre Pequeño).
Toda indisposición sexual femenina, bien por menstruación, bien por mantener la virginidad, por trabajar, por tristeza y duelo de un ser querido, por pertenecer a varón y tener familia propia, por encanecer o por encontrarse en lugar de culto religioso, implica disimular los encantos femeninos, entre ellos el pelo (cubrirse los cabellos).
Podemos comprobar, entonces, cómo ciertas prendas eminentemente femeninas como es el pañuelo o velo sobre la cabeza, cumplían con el objetivo, lejos de la estética, de obediencia a una virtud esencial para la supervivencia, evolucionando estos criterios según la coyuntura o el momento. Así, por ejemplo, los trajes populares femeninos en Iberia se caracterizan por recogidos de pelo/PA-ÑU-EL (Para Atar Fuerte), dos o más faldones, enaguas blancas, y pololos, extraordinariamente limpios, inmaculados, así como medias, todo ello para ser lucido, después de Acción de Gracias, mediante danzas/juego (rituales) con muchachos con vestimentas propias del trabajo. La doncella ha de demostrar su pulcritud y talentos naturales en la sutilidad de sus movimientos, su rostro, sonrisa, dentadura, sin llegar a levantar pasión sexual alguna, sino generar confianza. Las más niñas danzan, de blanco, con el pelo descubierto recogido, jugando con palos con otros niños, haciéndolos chocar.
Llevando la actitud de la pureza al extremo, las doncellas que pasada su edad de merecer varón no lo han conseguido, o no es su deseo, pasan a realizar funciones para la comunidad en servicio al Dador de Vida, entregadas a Él, y a los necesitados, abnegadamente rechazan todo motivo que favorezca la intención sexual propia y ajena, manteniéndose en castidad, ayudadas por su indumentaria que oculta su forma física y condición atractiva, a cambio de otro orden vital de culto y oración.
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