LA PUREZA Y LA MUJER
(II): EL HOMBRE.
Las mujeres paren hijos e hijas. Hemos visto la educación
que, por la condición de su fisiología, quedó establecida para la persona Mujer
y cómo la misión de ésta, por madres, hijas y esposas, sería velar por la
pureza de las niñas y hacerlas dignas de respeto a los ojos de los hermanos
varones, quienes deberían proteger en extremo la condición virginal de sus
hermanas, así como la honra del matriarcado: defensa ante el abuso de otros
hombres, hasta la muerte.
La madurez sexual llega en la adolescencia, despertar a los
encantos de la condición sexual complementaria, deseos naturales de relación
mutua que facilita el erotismo entre dos jóvenes de diferente sexo y familia.
Aunque físicamente desarrollados, tanto muchachos como muchachas carecen de
enjuiciamiento maduro y moral firme, embriagados además de sus impulsos, como
para tener un amor duradero, por lo que es necesaria la intervención de las
familias, los padres de ambos y su conocimiento pormenorizado para conjugar
ambas (hacer buena coyunda) y establecer una nueva familia que los unifique.
Generalmente, el Varón tiene gran desconocimiento de la
Mujer. Ésta, sin embargo, es consciente de que sus propios modos e inteligencia
ejercen un poder de atracción hacia aquél, rebosante además de sexualismo,
ciego por tal pasión y peligroso, susceptible de llevar al traste el futuro de
las familias.
Para evitar la evasión o efecto meramente caprichoso y
lúdico del miembro viril, desde recién nacidos, celebrarían el ritual de la
circuncisión a los niños, garantía de pureza, neutralización de tentaciones
sexuales futuras y concentración de energía vital, tan necesaria para la
supervivencia.
El cariño, el respeto, la confianza, la generosidad, la
amistad de larga duración, la buena educación para hijos e hijas, son necesidades
para la supervivencia feliz de los clanes familiares, por lo que es preciso
salvaguardar este Amor sin tener nada que ocultar, para hacerse digno del honor
de compartirse en máxima pureza. Llevado a tal extremo que, son las mujeres de
ambas familias quienes conciertan, a
través de una tercera mujer (de sobrada confianza), la prueba fehaciente de que
la muchacha no ha sido penetrada, guardando el resultado de la prueba la madre
del novio, quien valorará tal honra para su familia, reconocerá la honorabilidad
del clan consorte y, por lo tanto, dará consentimiento de boda.
Únicamente las razas, hoy llegadas hasta nosotros como
Gitana y Judía, mantienen íntegras algunas costumbres ancestrales, dejando
patente la importancia de la Pureza en todos los órdenes de la Existencia
Humana para la supervivencia. No dudo de un nexo común entre ellas en un tiempo
remoto, prebíblico.
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